José Brunetti, Mario Aramburu y su fascinante colección de El Principito

José Brunetti (74) y Mario Aramburu (68) están juntos desde hace 41 años. En 2010, ni bien fue aprobada la ley de Matrimonio Igualitario, se casaron legalmente. Vivían en Buenos Aires, pero después de que José se jubiló y dejó de ejercer su profesión de psicólogo, decidieron mudarse a Gualeguaychú, la tierra natal de José.

Esa mudanza incluyó también los casi 100 ejemplares de El Principito, una colección que empezaron juntos a principios de los ’80, al poco tiempo de haberse conocido. Mario había comprado el libro hacía muchos años y lo deslumbraba la referencia al mundo del niño interior que llevamos dentro. A José le habían regalado la versión en francés y cuando hizo una especialización de posgrado en Análisis Transaccional, lo asoció con la Teoría del Padre-Adulto-Niño de Eric Berne.

“Coleccionar El Principito significa muchas cosas para nosotros, es una actividad conjunta que nos causa placer y nos impulsa a investigar, conectarnos con otros coleccionistas en el mundo con intereses similares, bucear en los idiomas que es para nosotros una tarea fascinante y una forma de conocer la mentalidad de otros pueblos”, cuenta José, y agrega un detalle íntimo que describe los momentos en los cuales se ha ido agrandando la colección: Mario recibe cada ejemplar como si fuera un ‘hijo adoptivo’, le da la bienvenida y lo ‘presenta’ a sus otros hermanitos”.

Actualmente tienen 92 libros, 5 audios, 16 e-books, en 76 idiomas, incluyendo el vabungula, un idioma artificial. Pero no son los únicos, el mundo está lleno de coleccionistas de esta novela corta, y Mario y José mantienen contacto permanente con algunos de ellos.

“Nuestra colección no está cerrada, sino que ahora avanza a menor velocidad ya que no viajamos como en otras épocas, los costos de compra y envío desde el exterior son muy altos (¡también un par de veces nos han robado ejemplares en el correo!) y dependemos de amigos que viajen”, señalaron.

Y si hablamos de favoritos dentro de su colección, Mario asegura que es el italiano: “Porque tiene que ver con una parte de mis orígenes (la otra parte es vasca)”, mientras que José prefiere el francés: “Es el primero que tuve, además de ser el idioma original en el que fue escrito”.

Si tuvieran que seleccionar una frase o un párrafo de la obra, no dudan: “Le parole sono una fonte di malintesi”, recita Mario, y traduce: “La palabra es fuente de malentendidos”. José, en cambio, destaca una de las más reproducidas del libro: “C’est le temps que tu as perdu pour ta rose qui fait ta rose si importante” (Es el tiempo que perdiste por tu rosa lo que hace a tu rosa tan importante).

Curiosidades de las traducciones
Una de las cosas que más les ha interesado a estos coleccionistas (los dos son –aparte de sus profesiones, traductores literarios de Inglés y también hablan otros idiomas) son las anécdotas y curiosidades de las distintas traducciones:

En la versión en inglés británico, un lector advirtió casualmente que en la parte donde el Principito decía que su planeta era tan pequeño que con sólo ir corriéndose de lugar podían verse todos los atardeceres que quisiera, y que en una oportunidad pudo ver 43 (“Quarante-trois couchers de soleil”) en Inglés decía 44 (“forty-four sunsets”). Nadie se había dado cuenta antes, así que preguntaron en la editorial donde se mostraron muy sorprendidos ya que la traductora era una de las mejores, pero ¿había fallecido” así que quedaba la duda. Muchos expertos consultados creen que la traductora había advertido que en la frase “Quarante-trois couchers de soleil” había aliteraciones (repetición de sonidos consonantes) y quiso lograr el mismo efecto poniendo “forty-four sunsets”, pero es una teoría que quedó en el misterio.

En la versión turca hay un acto de censura en la traducción: donde dice que un “dictador turco” prohibió vestirse a la usanza tradicional, tradujeron un “presidente turco”.

Mención especial merece la versión en arameo. Fue una edición muy limitada para lingüistas y coleccionistas. Está dividida en dos partes en caracteres jeroglíficos y en su versión transliterada a caracteres occidentales. Y trae, además, la explicación de cómo se ingeniaron para traducir palabras que no existían esa lengua muerta, como “avión”, “tren”, “hombre de negocios”, etcétera, para lo cual tuvieron que apelar a la técnica de traducción literaria descriptiva.

A esta edición de lujo en arameo, Mario y José la consiguieron gracias a un intercambio con un amigo alemán que es además coleccionista de biblias, a quien le consiguieron la Biblia en Idioma wichi. Y, hablando de lenguas indígenas, el libro en toba lo consiguieron en una dependencia de la Embajada de Francia ya que ¡había sido editada en París!



Sabina Melchiori

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